Discurso íntegro de la periodista y activista congoleña
Caddy Adzuba al recibir Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2014. Oviedo,
24 de octubre de 2014.
Con profunda gratitud y gran humildad me presento ante
ustedes en este día, para darles las gracias desde lo más profundo de mi
corazón.
Mediante este prestigioso galardón, han elegido reconocer la
labor pacífica de lucha contra la violencia sexual de la que son víctimas las
mujeres en tiempos de guerra, en la zona oriental de la República Democrática
del Congo, y la lucha contra la pobreza.
Honorables miembros del Jurado, acepten nuestro sincero
agradecimiento por esta distinción.
Es un gran honor para mi humilde persona. Hubiese querido
que este honor fuera recibido por las miles de mujeres congoleñas, víctimas de
la guerra y de la violencia sexual y despojadas de todo honor desde que sus cuerpos
fueron transformados en campos de batalla. Y quiero compartir este honor con
las mujeres activistas de todo el mundo, y en especial con las de la República Democrática
del Congo que, día y noche, luchan para defender los derechos humanos, con el
exclusivo fin de establecer la justicia.
Majestades, distinguidos invitados, señoras y señores:
Hoy, la mujer congoleña víctima de los conflictos armados,
violentada y violada, ha perdido toda su dignidad y vive en la deshonra. Ella,
cuyos órganos genitales fueron sometidos a los ultrajes más viles, condenada a
la esclavitud sexual y rechazada por su propia comunidad, lleva 18 años
sufriendo: 18 años de tortura, 18 años de destrucción, 18 años de huida errante
y desplazamiento, 18 años de pobreza extrema.
Los niños nacidos de esta atrocidad que es la esclavitud
sexual en tiempos de guerra, son a su vez víctimas de violaciones cuando son
niñas, y reclutados a la fuerza en las bandas armadas cuando son niños: un
círculo vicioso de sufrimiento y desolación que pone directamente en peligro el
futuro de la nación congoleña, a causa de los miles de niños sin educación y
traumatizados por los horrores de la guerra.
Majestades, distinguidos invitados, señoras y señores:
No es secreto para nadie. Varios informes de Organizaciones
No Gubernamentales internacionales y de expertos de las Naciones Unidas han
denunciado la masacre organizada y planificada en el este de la República
Democrática del Congo. Los diversos encuentros de paz y acuerdos firmados por
el gobierno congoleño y los beligerantes nos llevaron a confiar en un final
inminente del conflicto. Pero, lamentablemente, las mujeres siguen siendo
violadas, los niños siguen siendo reclutados a la fuerza en los grupos armados,
las familias siguen errando por los caminos del exilio, aldeas enteras siguen
siendo incendiadas, los bienes de la población siguen siendo saqueados.
No, nuestra guerra no ha terminado. Estamos en guerra. Una
guerra que, intencionadamente, se ha relegado en el olvido.
Ante esta situación, nos tenemos que preguntar: ¿Por qué
esta guerra? ¿Por qué tanto sufrimiento para las mujeres violadas? La paz y la
dignidad humana, ¿son un lujo para las mujeres pobres? ¿Están condenadas a
sufrir los horrores de una guerra que no han planificado ellas?
Estas preguntas atañen a todos los que estamos aquí en esta
sala. Las causas del conflicto en la República Democrática del Congo son
múltiples y los actores, responsables directos e indirectos, se conocen y han
sido detallados en los informes que he mencionado. De ellos se desprende que la
República Democrática del Congo es víctima de la inmensa riqueza de su
subsuelo.
Permítanme pedir cuentas a ciertas empresas multinacionales
que, en busca de sus propios intereses, han contribuido a asolar a sangre y fuego
este gran y hermoso país de Congo, arrebatándoles así la vida a más de 6 millones
de personas y su dignidad y su honor a más de 500.000 mujeres violadas.
Majestades, distinguidos invitados, señoras y señores:
¿Durante cuánto tiempo más vamos a seguir insensibles al
dolor de las mujeres violadas en la República Democrática del Congo? Las
mujeres congoleñas heridas en cuerpo y alma, reclaman justicia y reparación;
que se persiga tanto a los autores indirectos y ocultos en la sombra, como a
los autores directos y materiales. Es justo y necesario que todos aquellos que
financian y alimentan este horror por razones económicas respondan de sus
actos.
España, uno de los países europeos que ha vivido los
horrores de la dictadura en un pasado reciente y que ha logrado construir en
tan poco tiempo un país de derechos humanos, en el que los derechos de las
mujeres se respetan a escala nacional e internacional, un remanso de paz, un
país de justicia... España –decía− sabrá intervenir con todo su peso ante la
comunidad internacional en favor de esas mujeres congoleñas que sólo piden
poder vivir en paz en su país y satisfacer las necesidades de sus hijos.
Esta justicia requiere instituciones fuertes y competentes.
Por ello sugerimos que se cree un Tribunal Penal Internacional (TPI) para la
República Democrática del Congo como el que se creó para Ruanda. De manera que los
crímenes cometidos contra las mujeres congoleñas en estos últimos 18 años no queden
impunes y para reforzar al mismo tiempo el mandato de la Corte Penal Internacional.
Majestades, distinguidos invitados, señoras y señores:
El prestigioso Premio Príncipe de Asturias de la Concordia
con el que nos han honrado, es para nosotros una gran oportunidad de difundir
aún con más fuerza y proyección nuestros mensajes de sensibilización y nuestras
alegaciones. Este premio servirá de altavoz para la defensa de la causa de las
mujeres violadas en el mundo en general y en particular en la República
Democrática del Congo.
Por ello queremos dar las gracias muy sinceramente: a la
Corona de España por haber instaurado este Premio Príncipe de Asturias; a los
miembros del jurado por haber confiado en nuestra causa; a las organizaciones
que han presentado nuestra candidatura a este galardón; a las Organizaciones de
la sociedad civil española que nos han apoyado y acompañado en nuestra
sensibilización a nivel internacional.
Sin olvidar claro el muy importante papel que desempeñan las
Radios de Paz en la República Democrática del Congo, a los periodistas que han
dado su vida en conflictos, como Julio Anguita Parrado, y en especial a Radio
Okapi, que son un buen ejemplo de esta labor.
Permítanme concluir mi mensaje con un poema español que
dice: «Necesitamos dos manos para escribir / dos para acariciar /dos para
aplaudir / y todas las manos del mundo / para la paz».
Unan, pues, sus manos a nuestras manos para que podamos
reconstruir la paz y la concordia en la República Democrática del Congo, y
devolver su honor y su dignidad a las mujeres violadas. Muchas gracias.
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